lunes, 8 de febrero de 2010
Crescendo.
Lágrima.
Amanece y me veo, como cada mañana reflejado en el espejo. Esa lágrima humedece día tras día una de las dos partes de mi cara y hoy lo hace de una manera diferente. Refleja belleza en sí misma creando una línea brillante que me parte y abre una brecha en el espacio y el distorsionado tiempo que suelo ver cuando mis neuronas no han empezado siquiera a encenderse.
Por un momento me cuelo en la grieta y me veo desde dentro. Por ese instante siento verme crecer. Siento ansias de escapar de esa prisión que soy yo mísmo y cuando mis pupilas se acostumbran diviso ese pasillo. Parece interminable y de un intenso blanco brillante. Hay puertas a cada lado. Infinitas y distintas puertas que, en su mayoría permanecen inamoviblemente cerradas. Solo una, la del monótono día a día del que aún no puedo huir, permanece abierta y balanceada por la brisa del quehacer diario que me llama. Vuelvo a entrar andando de espaldas, con la mirada anclada en una de las puertas cerradas que aún no puedo abrir. Libertad... Escrito con musgo en un lateral de fría piedra levemente iluminada por poderosos rayos de sol provenientes del otro lado que han conseguido colarse por las rendijas para recordarme que algo mas existe... Y el portazo tras de mí, me desvela.
Me doy de bruces con mi realidad actual. Sigamos pues con lo correcto. Lo debido. Lo esperado. Lo que ese deformado ente llamado sociedad espera de mí mientras yo sigo soñando.
Por un momento me situé en ese punto de indiferencia... Entre esa gris amalgama de ficciones ajenas impuestas como reales. Ví sus máscaras, ví la vida, y tuve que volver un día mas aquí para seguir haciéndome el traje de astronauta que me permita abrir mas puertas sin aguantar la respiración.
Cientos de ansias me poseen. Y recuerdo una frase de cierto simio de la ficción de Disney que responde a un rol social que le pide que corte el royo diciendo; No puedo cortarlo... ¡Vuelve a crecer!
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