Y aquella tarde de casi verano, entre los cajones nauseabundos donde abunda mucho el hambre, alcanzó a escudriñar otro brazo que antaño cazó propio escándalo.
Fue tal su empresa que estuvo observando a los límites. Sintió, derramó y sugirió siete cánticos y nubes anónimas dieronle sombra. Muriéndose alzó la mirada a algo cóncavo, silbido de mar entre rocas. Textura en cristal olvidado que siembra pulidas alcántaras.
En cuanto anochezca la insignia del tiempo que habito y ya me tiene en voga, ni seta ni humo ni droga, mi espíritu audaz se me ahoga...
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