viernes, 9 de diciembre de 2011

Armadura de ortigas...

Ella empezó a caminar sin neumáticos, pasos estáticos de áticos críticos.

Ella corría en escándalo, entiéndelo, nunca se sabe si es sádico el cínico.

Supo mirar hacia atrás, siempre escéptica, mente esperpéntica, estrábica, ausente...

Midió siempre todo con hilo de cáñamo, y libros de arte escribió sobre Pérgamo.

Estando en Corintio habitó sucios hábitos, de hálito ingrávido y tartas de sésamo.

Traumas poliédricos, sudando tinta de exámenes que no tenían mala pinta,

fragancia algo extinta de mórbido pésame, págame por mantener limpio el púlpito.

Y tuvo ella un pálpito, un año sabático de esos que solo hacen pié en los Domingos,

Durmiendo con Dingos, le atrajo la idea, de empujar la luna y forzar las mareas,

de atar con espuma tres ristras de ojeras, abajo escaleras, arriba cuchillos,

estrépito y cánticos, carne, membrillo...

Del Zar, lazarillo, de Tormes tormenta, dos de laurel y a granel la pimienta.

Su cráneo revienta, se vuelve, da coces, cosiendo albornoces que secan los ánimos.

Buscan antónimos, partos de ovíparos, que por envidia pillaron el tétano,

tuétano del esqueleto del prójimo, próximo plato en la carta del péndulo,

músculo que a su cerebro regaña y engaña con saña al sentido mas ávido.

Nada de sórdido, póstumo es esto,

y en fin, por supuesto,

ganamos la copa,

quitamos la ropa del cuerpo que atrapa,

desnudos ahora lucimos la capa

de piel que es el mapa

de nuestra figura.

Y cual fruta, madura, se cae y descompone,

diciéndole al mundo,

que fuimos protones...

Cargas positivas,

grandes corazones...

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